En su informe de gestión ante el Senado, el jefe de Gabinete de Ministros de la Nación, Santiago Cafiero, sostuvo que para promover las inversiones es necesario «tranquilizar la macroeconomía», objetivo que vinculó con la resolución de la crisis de la deuda y de los acreedores privados.
Agregó: «En ningún país del mundo hay inversiones porque se bajen los impuestos. Las inversiones van adonde hay demanda. En ningún país del mundo hay inversiones porque haya flexibilización laboral o donde haya una aversión al medioambiente».
Además, definió al Estado como «dinamizador de la actividad productiva», ya que debiera encargarse de generar la demanda que los inversores necesitarían.
En esas consideraciones, Cafiero graficó la distancia que mediaría entre el oficialismo y la oposición a la hora de esbozar un programa que atraiga inversiones y genere un crecimiento económico.
Desde su perspectiva, mientras la oposición reclama cosas que supuestamente no han dado resultado en ningún país del mundo, el gobierno nacional habría sabido decidir lo que hay que hacer.
Si el esquema es tan claro, ¿por qué las inversiones, directas o indirectas, son tan bajas? En este punto, más que mirar a los inversores extranjeros, convendría prestar atención a los propios. Los argentinos acumulan, dentro y fuera del país, dentro y fuera del sistema financiero, cientos de miles de millones de dólares. ¿Por qué no invierten sus ahorros en la Argentina? No es una tendencia que surgió con el retorno del kirchnerismo al poder, sino que lleva décadas.
Entonces, la respuesta debe ser genérica: porque desconfían del programa económico de turno; porque siempre hay dos o más variables que desequilibran la macroeconomía, como preanuncio de una crisis que tarde o temprano se produce; porque nunca hay un acuerdo político amplio que dé estabilidad a un plan económico y a unas reglas de juego, más allá de quién gobierne; por la presencia de un Estado voraz que gasta más de lo que tiene y que regularmente se las ingenia para inventar nuevos impuestos.
Hay definiciones de política económica que duran menos tiempo que un mandato presidencial, lo que quiere decir que un mismo presidente puede pasar de decir «blanco» a decir «negro». Allí está, como ejemplo, la cuestión del biocombustible. Se elaboraron un plan y una ley para promover las inversiones en el sector. Pocos años después, se puso en duda ese esquema.
Otro ejemplo, algo diferente, es la cuestión de la deuda externa. Supuestamente, se solucionó porque se dilataron los plazos y la Argentina evitó caer en un nuevo default. Pero el riesgo país sigue siendo el de un Estado insolvente. ¿Quién se animará a invertir en él?
Como si fuera poco, estimular artificialmente ciertas demandas por sobre la productividad provoca inflación; llevamos demasiados años sin creación de puestos de trabajo estables, y la distorsión impositiva es mayúscula.
En realidad, los inversores suelen preferir países que tienen medianamente resueltos los problemas macroeconómicos y macropolíticos en favor de la competitividad. Hace décadas que la Argentina se niega a trabajar en ese sentido.
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