Aunque son reservorios de agua y brindan servicios imprescindibles, son ecosistemas degradados desde hace más de 50 años. La necesidad de una ley que regule usos sustentables.
Las imágenes de los carpinchos en los barrios privados de Nordelta dominaron la agenda durante los últimos días y provocaron reacciones variopintas. Mientras los vecinos reclaman el control de su reproducción y solicitan el traslado de los «invasores», distintas organizaciones ecológicas se manifestaron en favor de la convivencia pacífica con los simpáticos roedores. De hecho, fue tal el alboroto que generaron estos animales de cuerpo símil barril y cabeza pequeña (llegan a pesar 65 kilos), que hasta el Ministerio de Ambiente se pronunció al respecto, a través de sus redes: «El avance de la urbanización sobre los humedales afecta a nuestra fauna nativa de manera directa. Como consecuencia, especies como el carpincho han quedado excluidos de su ecosistema».
El desmonte, el exitoso despliegue de emprendimientos inmobiliarios y la expansión de la frontera agrícola, provocó que los carpinchos –desplazados– fueran en busca de un sitio para establecerse. Aunque los habitantes de las zonas aledañas protesten contra su presencia por ser «potencialmente peligrosos» (la viralización del choque en moto se emplea como argumento a favor de su traslado), hoy ocupan un sitio que a los animales les pertenece desde hace décadas.
«Personalmente, no romantizaría el tema de los carpinchos», dice el biólogo Sergio Federovisky y le quita el tono espectacular a la cuestión. «Tampoco tiendo a pensar que en un acto de arrojo decidieron recuperar la porción de naturaleza que habían perdido. Lo hacen durante estos días porque se produjeron condiciones particulares: una reproducción excesiva que se suma a la ausencia de predadores», detalla el viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación. Después opina: «Lo que creo que el tema revela es la destrucción de las redes tróficas entre las especies. De todos modos, es verdad que no deja de constituir una señal interesante para poder reflexionar al respecto de qué manera los humanos nos vinculamos con el escenario natural y los espacios silvestres». Si de repensar el escenario natural se trata, la referencia directa es para los humedales.
¿Tierras improductivas?
Aunque los humedales constituyen reservorios de agua fundamentales, a menudo son etiquetados por el mercado inmobiliario y agropecuario como «tierras improductivas» y «fuentes de plagas». De hecho, a pesar de la enorme capacidad de prestar bienes y servicios que tienen estos ecosistemas, en las últimas décadas han afrontado una marcada degradación, principalmente a partir de actividades humanas. «No da lo mismo tener humedales que no tenerlos», afirma Rubén Quintana, doctor en Ciencias Biológicas y apasionado en el rubro desde hace más de 30 años.
Luego de la sentencia, comparte una paradoja: «Tanto a nivel nacional como internacional existe una mayor conciencia acerca de la importancia que tienen. Sin embargo, como contracara, se desarrolla un proceso agresivo de pérdida, que se desplegó durante el siglo XX y en el XXI se profundiza. La aniquilación de estos espacios representa el triple de la tasa anual de pérdida de los bosques… así que imaginate», expresa el Investigador del Conicet en el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de San Martín.
Según la definición que brinda el Ministerio de Ambiente, los humedales son áreas que permanecen «en condiciones de inundación o con suelo saturado de agua durante considerables períodos de tiempo». Si bien se calcula que, a nivel mundial, cubren 12 millones de km2, desde 1970, su extensión ha disminuido aproximadamente en un 35 por ciento. Entre las principales causas, se halla la urbanización, los procesos de deforestación, la pesca, la contaminación, el cambio climático y la introducción de especies invasoras. La otra gran amenaza la constituye el fuego: solo en 2020 se perdieron cerca de 350 mil hectáreas por los incendios que arrasaron las islas del Delta del Paraná.
En Argentina, existe una enorme diversidad de humedales: además del Delta y los Esteros del Iberá (Corrientes), hay otros que se ubican en zonas áridas y que brillan por su importancia local, al proveer agua dulce y forraje para ganado. En total, son 23 los que poseen relevancia internacional y representan una superficie que supera los 5,5 millones de hectáreas.
¿Por qué deberían protegerse?
“Principalmente, los humedales contribuyen a la retención, la filtración, la absorción y la purificación del agua. También es central su actividad como esponja que morigera con mucho éxito a las inundaciones. De hecho, está demostrado que cuando un humedal desaparece, las inundaciones son muchísimo más violentas», explica Federovisky.
Conservarlos, como apuntaba el funcionario, es medular para proteger la diversidad biológica (muchas especies de flora y fauna dependen directamente de ellos para sobrevivir); porque funcionan como amortiguadores de las inundaciones (las controlan al actuar como esponjas y filtrar el agua lentamente a través del suelo); mitigan el cambio climático (actúan como sumideros de carbono); abastecen de agua (la retienen y almacenan para uso industrial, agrícola y doméstico). Asimismo proveen alimentos, materiales y medicinas (se generan productos a base de plantas, animales y minerales); operan como primera línea de defensa contra las tormentas (reducen el impacto de las olas); y, como si fuera poco, contribuyen a estimular la recreación y el turismo (por su belleza natural y diversidad biológica, potencia las economías regionales).