La cultura patriarcal y el estrés ecosistémico actúan como aliados indiscutibles para sostener un sistema que invisibiliza y oprime. Ambas son problemáticas contemporáneas y resulta necesario cruzar datos para transversalizar las consecuencias que generan: ocho de cada diez personas desplazadas como resultado de la crisis provocada por el cambio climático son mujeres y niñas, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En este sentido, a la brecha de género se suman los abismos sociales crecientes entre las naciones con más poder económico respecto de aquellas que están en desarrollo, una realidad que propicia el escenario para que los desastres medioambientales no afecten a todos de la misma manera: dentro de la totalidad de mujeres afectadas, aquellas que pertenecen a comunidades indígenas de países que subyacen en los márgenes de la economía mundial se llevan la peor parte.
En diálogo con Télam, la activista por los derechos de la mujer en la comunidad wachipán, en Guayana, Inmaculata Casimero, dijo que «las mujeres, en particular las mujeres indígenas en todas partes del mundo, enfrentan múltiples formas de discriminación y opresión; son vulnerables y marginadas, tienen menos oportunidades para realizar actividades económicas y recibir una educación avanzada debido a la crisis del cambio climático».
«Las mujeres en territorio wachipán mantienen a sus familias, trabajan en fincas, recolectan materiales para artesanías y medicinas. Cuidamos nuestras tierras y recursos naturales, y tenemos nuestro propio conocimiento sobre nuestras tierras», amplió Casimero y para después reforzar: «para nuestro sustento, dependemos del medio ambiente, de nuestros bosques y de nuestros ríos».
Sobre cómo están organizadas las mujeres en su comunidad, Inmaculata advirtió que «es muy importante que se unan en temas ambientales porque tienen su propio conocimiento. Al unirse pueden generar acciones para enfrentar la crisis del cambio climático».
Como consecuencia de esta dificultad, la participación del cupo femenino en las conferencias internacionales, donde se debate el sumario medioambiental para fijar proyectos que se anticipen a futuras catástrofes, reflejó una mayor intervención de mujeres respecto de las últimas ediciones, con una fuerte presencia de referentes de comunidades indígenas.
De modo que, durante la realización de la Cumbre de las Partes (COP), una convención que revisa el temario medioambiental global, por ejemplo, el equilibrio en materia de género mejoró y la brecha disminuyó. Sin embargo, todavía no es equitativo: en la COP1, la primera de las Cumbres en Berlín en 1955, las delegaciones estaban conformadas por un 88% de hombres y sólo un 12% de mujeres, según indicó la ONU.
En contraste, la participación en las últimas tres audiencias -2021 en Glasgow, Escocia y Reino Unido, 2019 en España y ese mismo año, previamente, en Alemania- reflejaron un 62% de hombres y un 32% de mujeres presentes, informó el Organismo.
En este sentido, Casimero cuenta que asumió en su comunidad la tarea de empoderar a las mujeres para que tuvieran más protagonismo y que no estén ligadas sólo a tareas domésticas: «durante mi mandato en el consejo me involucré en los asuntos de mi comunidad y también asistí a las reuniones del consejo del distrito de Rupununi Sur. Trabajar con mi gente a lo largo de los años me ha hecho consciente de las preocupaciones, los problemas y las luchas de mi comunidad».
Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, “las mujeres de los países en desarrollo son las primeras en responder a la gestión del capital medioambiental que las rodea”, por su nivel de dependencia.
“La degradación ambiental causada por la crisis climática puede exacerbar la inseguridad alimentaria y del agua, y profundizar la pobreza y las desigualdades subyacentes”, puntualiza el informe.
Que el estrés medioambiental creciente somete y maltrata en su mayoría a las mujeres no es casual. En las comunidades indígenas, el sistema patriarcal dominante y las normas sociales y culturales que predominan maceran un escenario que obliga a las mujeres a sostener tareas hogareñas relacionadas con la limpieza, la cocina y recolección de alimentos.
Para contrarestar esta realidad en su comunidad, Inmaculata dijo que tuvieron «una conversación sobre la participación de más mujeres en el trabajo de la organización y cómo lograr que ellas hablen, especialmente en las reuniones comunitarias donde se toman las decisiones».
Además, denunció que «el cambio en la dieta por los efectos de la crisis climática daña nuestras formas tradicionales de comer y ha contribuido a la mala salud de las mujeres indígenas, que experimentan niveles más altos de enfermedades crónicas».
Como medida a esta problemática, Naciones Unidas reclamó “respuestas sensibles al género” para evitar que el rol de la mujer como cuidadora primaria y principal proveedora de alimentos, agua y combustible la sigan sometiendo a mayor vulnerabilidad respecto del hombre.
Al respecto,Inmaculata cuenta que padecieron «inundaciones en las granjas»lo que redujo el rendimiento de los cultivos y aumentó la inseguridad alimentaria. «Ese hecho nos hace excepcionalmente vulnerables a la crisis climática», lamentó.
Marginadas y violentadas
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo determinó que, durante la recuperación de los impactos de los desastres naturales, “la carga del trabajo doméstico no remunerado de las mujeres y las niñas aumenta considerablemente, lo que afecta su capacidad para obtener un empleo remunerado o continuar su educación”.
En este sentido, Inmaculata denunció que en su comunidad «hay muchas mujeres que tuvieron que dejar sus estudios en el nivel secundario, y con pocas oportunidades de educación para adultos o de promoción de las oportunidades económicas, han tenido pocas posibilidades de desarrollar sus capacidades».
Además, contó que a raíz de la presencia de la minería en la zona, que colaboró al desastre ambiental «experimentamos una alta tasa de problemas sociales en nuestras comunidades, como embarazo adolescente, violencia doméstica, abuso de drogas y alcohol«.
Las consecuencias en Argentina
La Coordinadora de Bosques de Greenpeace, Noemí Cruz, contó a Télam que en Argentina la problemática lastima con la misma fuerza.
«Algunas tekoas -lugar donde somos lo que somos- guaraníes han tenido incendios. Cerca de Iguazú, por ejemplo en Itá Poty Mirí, se quemaron 30 hectáreas y perdieron un mangrullo de observación de aves, que tenían para trabajar con el turismo».
Además, aseguró que «las mujeres indígenas soportan una carga aún más pesada en cuanto al cambio climático, debido a que ya nacen resistiendo los impactos continuos de la conquista, que instaló la intolerancia, la discriminación y la desigualdad«.
«Dependen más de los recursos que el mundo natural brinda para su supervivencia, no sólo física, sino espiritual, pues ese mundo les da alimentos medicinas, cultura y espiritualidad. Sin ese mundo, no pueden ser, no pueden transmitir su esencia y continuar existiendo», lamentó Cruz.
Sin embargo, al igual que en la comunidad wachipán de Guyana, la problemática impulsó que las mujeres se organicen para dirimir los efectos de la crisis climática.
Greenpeace realizó una investigación que detalla cómo los daños al medioambiente que impactan de lleno en las mujeres aumentan la violencia doméstica e informó que “en 2017 cerca de la mitad de los asesinatos a defensores medioambientales eran mujeres”.
El informe puntualiza además que “las mujeres representan el 51% de la población mundial y el 43% de la fuerza de trabajo agrícola de los países en vías de desarrollo”.
“En 8 de cada 10 hogares que carecen de agua en su hogar, son las mujeres las que la recogen”, agrega el escrito.
En ese sentido -agrega el informe- “las mujeres son mayoría entre las comunidades rurales, representan hasta dos tercios de la fuerza de trabajo en países menos desarrollados”.