La influyente revista porteña de actualidad y estilo de vida El Planeta Urbano publicó esta semana un extenso artículo sobre Alina Ruiz, la cocinera chaqueña de El Impenetrable que innovó con un restaurante de autor en la región más enigmática de la provincia.
La nota periodística -firmada por el cronista Marcelo Pavezza y datada el 6 de julio de este año- ahonda en distintos tópicos sobre la vida de la chef, cuenta cómo trabaja y hace una descripción de la zona en que está asentado el emprendimiento.
El artículo hace foco en la llamada «Cocina kilómetro cero», que hace referencia a que todos los ingredientes de los platos no provienen de producciones de más de 40 kilómetros a la redonda. El texto también indaga sobre los orígenes de Alina, sus antecesores y familiares; y busca encontrar una relación entre El Impenetrable y un nuevo concepto turístico para la región.
En otro tramo de la publicación, la chef se presta a un interesante ida y vuelta con el periodista a través de una serie de preguntas y respuestas que reflejan su trabajo al frente del Anna Restaurante de Campo, que funciona dentro de la Finca Don Miguel, en la zona rural de Juan José Castelli, sobre ruta 95.
Alina también cuenta la labor social que realiza en El Impenetrable, de la mano de la asociación civil La Higuera.
A continuación, reproducimos lo más destacado del artículo de El Planeta Urbano.
-¿Cómo es tu historia con la cocina?
-Yo tenía 10 u 11 años y vendía por la calle pastas que hacía mi abuela materna porque quería pagarme mi viaje de egresada. Y mi abuela criolla me hacía empanadas de charqui. Para ese entonces vivíamos en Castelli, en épocas en que un chico podía andar por la calle vendiendo comida.
Luego, para el viaje del secundario a Bariloche, lo mismo. Y siempre pensé que si hacía todo eso no podía terminar de otra manera que cocinando. Cuando terminé la secundaria, y para darle el gusto a mis papás, estudié -o intenté estudiar- profesorado de matemáticas; pero fue un intento fallido.
Trabajé para ahorrar dinero para irme a Buenos Aires, junté plata para el pasaje y para o que yo creía eran unos meses de estadía. Pero cuando llegué a Retiro dije «hola» y no tenía más plata. Era el año 98, 99, y mi orgullo era muy grande como para volver y darles la razón a quienes me aconsejaron que no me fuera, así que me puse a trabajar cama adentro para garantizarme un techo. Me tocó gente extraordinariamente buena a la que le conté mi situación y me dijeron: ‘vas a quedarte con nosotros, pero con la condición de que estudies’, así que en el tiempo que me quedaba libre estudiaba. Comencé a hacer todos los cursos habidos y por haber como para complementar ese título.
Después, ya más armada y más establecida, volví a Gato Dumas y luego estudié sommelerie en la Escuela Argentina de Sommeliers (EAS), aunque por una cuestión económica y de tiempos no me recibí. Pero la base que tuve y los dos años en EAS me sirvieron para tener este restaurante y para darle este formato de menú por pasos maridado con vinos argentinos.
-¿Y cómo arrancaste?
-Yo deseaba volver todo el tiempo y no podía por varias cuestiones; pero no quería regresar sin plata y darle la razón a mi papá (risas), hasta que un día me di cuenta de que si seguía con esa tesitura y terquedad no iba a poder lograrlo ni tener ese bendito restaurante que soñaba.
Entonces un día vine, saqué fotos de unas copas que había comprado con mucho esfuerzo, de mi primer decanter, de platos, y me armé un álbum. Fui casa por casa contando mi proyecto, acá en Castelli. Contaba qué comida iba a servir en el restaurante, que era en el campo de mis abuelos, que se llamaba Anna, que sería a puertas cerradas y que los clientes no sabrían qué les iba a dar de comer ni cuánto les iba a cobrar.
Fue muy loco: te estoy hablando de 2009, en el Chaco, en El Impenetrable, en el medio de un campo. Pero había un respaldo importante, que era el nombre de mi papá, ese Paquito que todo el mundo conocía; y si la hija de Paquito lo proponía estaba bien.
Comencé en la casa de mis abuelos, montada en ladrillo y barro, con una mesa única, comunitaria, algo impensado aquí; pero fui muy privilegiada, mimada, sostenida, cosas muy buenas que permitieron que saliera adelante y que tuviera el restaurante ya con concepto de kilómetro cero. La idea del menú es que la persona que viene pruebe, en la misma noche, charata, que es un ave silvestre de la zona, pacú, chivito, cordero, cerdo y vaca; frutos de recolección como la algarroba a través de un helado o un brownie; nuestros zapallos, nuestro bife de sandía (que simula la carne). Mostrarle a un chaqueño que tenemos una producción increíble y tenemos que valorarla.