Por Vidal Mario
En el marco de un clima enrarecido y cargado de tensiones, este domingo se registrarán elecciones en Venezuela.
Tal circunstancia trae a mi memoria que hace nueve años estuve en ese país y vi y viví cosas que no imaginaba que iba a ver y experimentar.
Recuerdo cuando a principios de mayo del 2015 aterricé en el aeropuerto de Caracas. Apenas lo hice, quienes me invitaron me advirtieron que no debía revelar mi condición de periodista, menos aún que había presentado un libro en el Congreso norteamericano.
Me dijeron que un total de 22 periodistas se encontraban en ese momento encarcelados e impedidos de salir del país, por orden judicial, bajo cargo de ser “enemigos de la revolución bolivariana”.
Yo había ido a ese país por dos motivos: hablar en la Plaza Simón Bolívar de Caracas con motivo del 204° aniversario de la independencia del Paraguay y para presentar mi libro Los Secretos de la Historia en la ciudad de La Victoria.
Aproveché mis días de estadía en Venezuela para ir anotando en un cuaderno todo lo que estaba ocurriendo en ese país.
Recorrí Caracas, Isla Margarita, Pampatar, Boca de Río, La Asunción, Juan Griego, Porlamar, Santa Ana, Playa Caribe, Manzanilla, Coche, Playa del Agua, El Tirano, Paraguachi y La Victoria.
Hablé con mucha gente, y también vi muchas cosas.
De regreso a la Argentina publiqué un artículo en el diario “Norte” de Resistencia, el cual fue reproducido por la revista Zeta de Caracas. El título del mismo era: “Venezuela no puede salir de su pesadilla”.
En aquel mes de mayo de 2015 una generalizada crisis económica, social y política sobrevolaba sobre toda Venezuela y Maduro (“El Presidente Obrero”) denunciaba permanentemente que había “una conjura del imperialismo contra la revolución bolivariana” y decía que el país estaba sosteniendo una guerra sin cuartel contra el imperialismo y la burguesía.
“El imperio y la burguesía venezolana le han declarado la guerra al gobierno popular bolivariano, y el gobierno ha recogido el guante. Consecuentemente, el país está en guerra”, dijo Maduro en un acto.
A su lado estaban varios “gobernadores revolucionarios”, y también la “primera combatiente”, su mujer.
Las distintas carteras ministeriales tenían estos nombres oficiales: Ministerio del Poder Popular para la Salud, Ministerio del Poder Popular para la Economía, Ministerio del Poder Popular para la Agricultura, en tanto que al Ministerio de Trabajo se la denominaba Ministerio del Poder Popular para el Proceso Social.
Un cuadro caótico
El cuadro que vi en mayo de 2015 vi en Venezuela era éste: hiperinflación, muertos cada día, colas con empujones, soldados en los supermercados, enfermos de cáncer sin atención, docentes con salarios de mendigos, y compra de sólo dos productos por persona.
Vi un racionamiento propio de un país en guerra. Estaba a las puertas de los venezolanos una hambruna que si no se la controlaba iba a desatar los demonios de la población, como efectivamente sucedió poco tiempo después, obligando a migrar a miles de venezolanos.
Venezuela se hundía al mismo tiempo que Maduro y Diosdado Cabello hablaban de conspiraciones, de conjuras del imperialismo, de traidores, y de enemigos de la patria.
Muchas de las más de 190 empresas que años antes habían sido sometidas al “¡Nacionalícese!” o “¡Exprópiese!” de Chaves, estaban abandonadas y con sus trabajadores en la calle.
Únicamente se podía comprar mercaderías un día a la semana y según el número en que terminaban los documentos de identidad.
Para comprar pañales, las madres debían presentar las partidas de nacimiento del bebé.
Las embarazadas que necesitaran medicamentos, debían acreditar su condición con la ecografía.
12.830 profesionales ya se habían ido de los hospitales públicos, y otros 2.502 de las clínicas privadas. De todos esos médicos, 10.300 se encontraban ya fuera del país.
El “comandante eterno”
Me llamó la atención que aún muerto, Chávez siguiera teniendo un poder omnipresente, omnímodo y omnisciente.
Había una Casa de la Cultura dedicada a rendir culto a la vida y personalidad del proclamado “Comandante Eterno”, en tanto que en las librerías se vendían libros supuestamente escritos por él. Me ofrecieron uno, cuyo título era Cuentos Arañeros.
En Pampatar, vi un cuadro enorme mostrando a cuatro personas posicionadas como los máximos patriotas de la nación. Los tres primeros, entre ellos Simón Bolívar, estaban pintados de color negro. Al último lo pintaron a todo color. Era Chávez. El mensaje era elocuente: él era el más grande de los héroes venezolanos.
El culto a su figura rozaba el límite del hartazgo. En los altos edificios de Caracas, junto a grandes carteles que lo mostraban al lado de Fidel Castro, se podían ver “ojos de Chávez”. Esos ojos significaban que desde el cielo él seguía viéndolo todo.
Presos políticos
Ese mismo mes de mayo, de los 85 presos políticos registrados el más famoso era el alcalde de Caracas, Antonio Ledesma, en tanto que otro de los “enemigos de la patria” encarcelados, Leopoldo López, cada día estaba más flaco por su huelga de hambre.
Ocho militares acusados de conspiración también estaban en prisión, y la Iglesia reclamaba la liberación de los directivos de un supermercado llamado “Día a Día”.
En su momento, la difusión de aquel reporte periodístico mío sobre Venezuela hizo que se descargaran sobre mí toda suerte de críticas, provenientes de militantes del gobierno argentino en ese entonces, el cual hasta lo distinguió a Maduro con el Collar de la Orden del General José de San Martín.
¿Qué habrán pensado después ante el desastre que sobrevino, el cual provocó una masiva migración y la muerte de una gran cantidad de venezolanos que fueron sacrificados en el altar de la política convertida en fanática religión?
14 de mayo de 2015. El autor de esta nota, Vidal Mario, pronuncia un discurso en la plaza “Simón Bolívar” de Caracas, con motivo del 204º aniversario de la independencia paraguaya.