Por Facundo Sagardoy
Mario del Tránsito Cocomarola, hijo del Taita, padre del Chamamé, reflexionó entrevistado por LA VOZ DEL CHACO, sobre el legado musical de su familia y la importancia de la música como una representación del alma.
Distinguió su importancia como patrimonio cultural, y su tránsito por transformaciones a lo largo de cientos de años, con la introducción de nuevos instrumentos, siempre manteniendo su esencia.
Destacó el reconocimiento que el chamamé se ha ganado tanto en Argentina como en el mundo, gracias a su capacidad de conectar a las personas, independientemente de su lugar de origen.
Subrayó la relevancia de los creadores de su época, como su padre, Mario del Tránsito Cocomarola, quien dejó una huella profunda en la idiosincrasia del pueblo, y destacó la presencia del género en países como Brasil, Paraguay, y en continentes como Asia y Europa.
- Fiesta mundial del Chamamé, cuarta celebración, en Corrientes. En el Anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola, con el legado de su familia, se refleja el «avío del alma». ¿Qué le trae a la memoria esa expresión?
- El avío es lo que llevamos, lo que preparamos para una eventualidad, para cuando estamos en otro lugar, haciendo algo distinto. Yo lo interpreto como una acumulación de experiencias de vida que uno guarda en el corazón. Esa carga te hace más experto en lo que haces y te da seguridad para desenvolverte. Es como el respaldo que uno tiene, algo que puedes sacar cuando lo necesitas, como la comida que llevas en el viaje. Así entiendo el avío del alma.
LA ESENCIA DEL CHAMAMÉ: ENTRE LA TRADICIÓN Y LAS NUEVAS INFLUENCIAS
- El chamamé es grande, tiene sus instrumentos, su danza, su baile. ¿Cómo lo ve hoy, en 2025, después de tantos años de consolidarse como patrimonio?
- El chamamé está bien, todo tranquilo. Hubo una invasión de instrumentos que no encajaban bien, pero lo único que sobrevivió fue la batería, la percusión, que me gusta mucho cuando está bien hecha. Todo lo que esté bien hecho, bienvenido sea, siempre que sirva para engrandecer la música. En cuanto a los instrumentos, todo está tranquilo. Lo que surgió, como la música de Teresa o de Tarragó, sigue usando los instrumentos tradicionales: bandoneón, acordeón, guitarra, bajo. A veces alguien introduce un violonchelo o un violín, que también encajan bien, aunque no estamos tan acostumbrados.
- El país vuelve a poner los ojos en Corrientes, recordando a Carlos Gardel en Buenos Aires y a Mario del Tránsito Cocomarola en el litoral. ¿Cómo siente ese reconocimiento hoy?
- Lo que siento es un agradecimiento de la gente. Mi padre, Cocomarola Tránsito, vivió en una época en la que la gente necesitaba algo que lo identificara. La música cumplió ese papel. No digo que mi padre haya sido el mejor, pero hablo de él porque es el que conozco. Fue un tiempo en el que las cosas estaban maduras para que se hicieran y quedaran. Lo que hicieron marcó la idiosincrasia de su pueblo, y eso quedó claro. Los creadores de esa época, como él, son muy importantes porque dejaron huella. Hoy, muchos se preguntan por qué no hay temas nuevos, pero la música es como el vino, necesita madurar para convertirse en un clásico. Por eso las canciones se transmiten de generación en generación, porque se quedan en el oído de la gente. Canciones como El niño del alma, El niño de Ñangapirí, El forastero y Volver en guitarra, están en camino de ser clásicos. La música y el artista tienen un proceso de maduración. Uno empieza tocando como otro, pero luego, cuando logras dominar ese estilo, te das cuenta de que lo que realmente importa es lo que sientes. Ahí es cuando te expresas con tu propio estilo. Es por eso que se perdona a los músicos como Cocomarola, Montiel, Isaco y otros, porque no solo crearon, sino que le dieron personalidad a su música.
- El Teatro Vera está por reinaugurarse. ¿Cree que el chamamé podría volver allí?
- Sí, sin duda. Hay músicos muy capacitados, tanto jóvenes como de todas las épocas, que merecen estar en ese teatro. Además, te diría que, en esta edición, se le está dando mucha importancia a los músicos locales de Corrientes, Chaco, Misiones, Formosa, y Santa Fe. Hemos perdido un poco la costumbre de poner a los invitados en primer plano, ¿te acuerdas que lo comentábamos? Ahora, se están haciendo conferencias de prensa para los músicos de acá, como Raulito Barboza, Cacho Espíndola y Brunito. Ellos son productos de nuestra tierra, y lo que tenemos que mostrar al país y al mundo es lo que somos nosotros. Claro, no desmerezco a ningún músico bueno, pero un músico nacional lo escuchás todos los fines de semana en los festivales. Nosotros, en cambio, mostramos la idiosincrasia de nuestro pueblo a través de la música, y eso es muy importante porque es una parte fundamental de nuestra identidad. La Mesopotamia es grande, y tenemos el chamamé la música que bien nos representa.
- Además de Mario del Tránsito Cocomarola, ¿quiénes son los imprescindibles en el chamamé?
- El chamamé tiene una columna vertebral, que es su legado, algo que nunca debemos olvidar. La esencia del chamamé no se puede forzar, no se puede decir «hoy voy a tocar con esencia». La esencia es algo que brota de uno mismo, de lo más profundo. La forma de tocar no se trata de hacer fuerza con el instrumento, sino de darle expresión, de transmitir con el cuerpo lo que uno siente. Es como el mate: un mate mal cebado no te llena, pero un mate bien hecho te satisface. Con la música pasa lo mismo. Un buen chamamé te llena el alma, pero si escuchás algo que no te convence, sabés que no es lo mismo. Hay que saber reconocer qué es y qué no es chamamé. No se trata de decir quién es bueno o quién no lo es, sino de ser transparente en la creación de la música. Hacer música que guste a la gente, que la haga bailar. Y con caer en extremos, eso es lo importante. ¿Te imaginas un mundo sin música? Sería impensable.
El reconocimiento del chamamé: del norte argentino al mundo
- ¿Qué opina de la influencia del chamamé en lugares tan lejanos como Brasil, Paraguay, España, Francia o Japón?
- Bueno, no tuve la oportunidad de ir a esos lugares, pero sí estuve en Brasil y Paraguay, y por toda Argentina. Y ya sabemos que en Europa hay muchos músicos que están influenciados por el chamamé, como el Changuito, Raulito, Nini Flores, Rudy, entre otros. Los brasileños, por ejemplo, tienen una música muy linda, el Vanerao, que se parece al chamamé, especialmente en el rasguido doble. Los brasileños están muy conectados con nuestra música, y eso nos ha dado un impulso. Cuando los brasileños vienen a escuchar chamamé, eso nos hace importantes. Nos da un reconocimiento, porque si la gente se interesa por nuestra música, es porque tiene valor. Lo mismo pasa con los paraguayos, que también tocan el chamamé. No es difícil, pero hay que hacerlo bien, y eso se logra al encontrarse con diferentes lenguajes musicales.
- El chamamé tiene una particularidad: brota como la savia del árbol y llega como el río que moja la orilla. ¿Qué opina sobre cómo otros géneros se refrescan con el chamamé?
- Yo creo que todos los que vivimos en esta región somos descendientes de italianos, españoles, ucranianos, pueblos originarios. Mi abuelo era italiano, y mi papá nació en Corrientes. ¿Cómo surge la inspiración para la música? Mi abuelo, aunque no conocía el chamamé, seguramente traía algo de su tierra, tal vez tocaba tarantela o algo parecido. Y esa mezcla, esa influencia, se transformó en música aquí. La música es algo que brota del corazón, de la vida, del alma. Nadie nos enseñó a tocar el chamamé, pero antes de mi papá ya había músicos que lo interpretaban. El chamamé, en sus inicios, se conocía como motivo popular, con temas como «La Llorona». Los paraguayos ya lo tocaban, aunque no de manera ordenada, como lo hicimos después con Cocomarola. Él fue quien organizó la estructura del chamamé, con la introducción, el canto, el contracanto, el estribillo y el final. No es que lo inventaron, simplemente les brotaba. Y así seguimos tocando el chamamé hoy.
La música como expresión de raíces culturales
-¿Qué momentos puede identificar dentro de su obra? Quizá para un oído menos perfeccionista, para que uno pueda apreciar mejor la obra de su padre, la suya y la de Gabriel también.
- Mirá, papá era melodista. Él hacía melodías. La música de Puente Pexoa y Kilómetro 11 la hizo él. No escribía, pero hablaba con poetas o gente que sabía escribir, y les decía lo que quería expresar en ese momento. Así nacieron temas como Fiel Paisanista y otros. Papá les indicaba lo que quería transmitir dentro de ese estilo. Pero lo que realmente distingue la obra de Cocomarola, más allá de su generación, es el orden en la música. No es solo tocar el bandoneón y el acordeón, sino la conjunción de ambos. No es contrapunto, porque el contrapunto es cuando uno toca y el otro responde, como en una payada. Lo que hacía papá era integrar el bandoneón con el acordeón, con la mano derecha y la izquierda, en una sola unidad. Uno toca una parte y el otro acompaña, después hay variaciones. Por ejemplo, en lugar de tocar hacia abajo en el acordeón, hay que hacerlo hacia arriba para que suene bien. O si no, uno toca hacia abajo y el otro en la parte grave. Todo esto se logró ordenando la música. Pero esa era una condición innata de Cocomarola. Nadie le enseñó eso. Lo hacía porque lo sentía, y ni siquiera se dio cuenta. Fue reconocido solo después de su muerte.
- ¿Alguna inspiración divina, de la naturaleza, del entorno litoraleño en la obra de Cocomarola?
- Claro que sí. Te explico: yo soy músico, y cuando toco una parte de una canción, a veces me hace acordar a algo, una imagen que se graba. Papá, por ejemplo, veía una curva pequeña o unos árboles, y mientras tocaba, se le dibujaba un paisaje en la mente. Siempre lo mismo, en el mismo lugar, en ese momento. Ese es el poder de la mente. Después, en un ensayo, a veces olvidas una parte y empiezas a escuchar lo que no te dicta la mente, sino la mano.
- Hermoso consejo para los músicos, intérpretes, bailarines y hasta coreógrafos.
- Los bailarines, imaginate lo hermoso que es. Pero cuando el músico siente la música… Me gustaría mostrarte algún día lo que siente un bailarín cuando baila. No es solo zapatear, el bailarín siente la música recorriéndole el cuerpo. Como dice Julián, con los hombros, las manos, los brazos, la forma de bailar, de tratar a la dama. Cuando alguien trata de llamar la atención haciendo el «characero», con todo respeto, no es lo mismo. La danza es hermosa si la entiendes, pero hay que saber mirar. Y eso es lo que nos falta, explicar cómo se baila, pero con bailarines que realmente sienten la música. Porque hay quienes bailan solo por bailar, y la mujer se va y se va… eso no es así. El chamamé se baila como lo sientes, sin coreografía. Cada uno lo baila a su manera. Eso es lo importante. Si ves a un hombre del interior bailando chamamé, te das cuenta enseguida si lo hace con prepotencia, si es bueno, si quiere divertirse, si está medio costilloso, zapateando… lo escuchas y lo sientes.
La creación y la importancia de la autenticidad
- Una vez, Juancito Güenaga, explicado por Mario Bofill, decía: «Juancito se viste así porque así es, se viste en el obraje, de blanco, donde el sol pega caliente. ¿Cómo siente usted el chamamé?
- En la época de mi papá, el chamamé se tocaba en lugares no tan formales, no en teatros. Papá era músico de bailanta, y en el Chaco, a veces, las bailantas se armaban de improviso. Ibas a las 3 de la tarde y no veías nada. A las 5 llegaban, armaban todo con lona y unos postes, cerraban todo y montaban un escenario improvisado. Así empezó, luego siguió en teatros y otros lugares. Pero el chamamé siempre estuvo en su lugar, creciendo poco a poco. Ahora, gracias a Dios, con lo del patrimonio de la humanidad, estamos tomando conciencia de lo que es nuestra música y de que debemos valorarla más. La tenemos adentro, solo está dormida. Y ahora está despertando. Ayer estuvo lleno, hoy también, y el lunes no sé, pero el público es importante. Eso significa que la gente está interesada, y te habla del chamamé: «Vos sos correntino, che, el chamamé», o «Pegate un sapucay». Eso es lo que pasa.
- En el campo, todo Corrientes abraza el chamamé, pero en la ciudad es más difícil. ¿Cómo siente usted el hecho de que Cocomarola haya llevado el género más allá de la frontera musical?
- Lo que te puedo explicar es que ellos, como Cocomarola, o El Lucero, Salvador Mequeri, empezaron a hacer cosas que identificaron a la gente, y lo hacían con cariño y respeto. En ese momento todo estaba más limpio. Papá empezó tocando el acordeón y luego el bandoneón, que no era un instrumento típico del chamamé, sino del tango. Primero tocaba con la mano derecha, luego combinó ambas manos. Buscó efectos con la mano derecha, resaltando notas, haciendo unísonos, engordando sonidos, bajando… todo lo hacía por lo que sentía, no porque lo sabía. Por eso tiene una condición innata. Ahora, los brasileños lo entienden de otra manera, porque tienen un paisaje y una forma de tocar diferentes, pero algo parecido. Ellos también tienen una cueca, aunque diferente a la nuestra. El bandoneón allá tiene un rasgueo doble. La música de nuestra zona tiene esa conjunción, y tal vez Pocho Roch, historiador, tenga razón al decir que esto viene de la época de los jesuitas. Todo eso se conjuga, y cuando lo escuchás, te entra por el oído algo que nunca habías escuchado ni sentido.
- Indudablemente, el chamamé es una fuente de inspiración. ¿Qué recomienda, maestro?
- Lo que recomiendo es que se tomen las cosas como deben ser. Todos tenemos inspiración. Pero la inspiración no es algo que puedas buscar conscientemente. Si me decís «haceme un tema», lo puedo hacer, pero será algo superficial. La inspiración llega cuando menos lo esperas, y ahí es cuando sale lo que realmente sientes. Es algo raro, pero natural. Y hacer las cosas con seriedad. Gabriel toca los temas de papá y de otros, pero puede hacer mil cosas de papá. Pero él siente otra cosa, ya es de otra generación, y lo expresa a través de su música. Yo te hablo de mi hijo porque lo veo siempre. Hace las cosas bien. Por eso, no hay que bloquearse, porque eso no sirve. A la música, como a cualquier cosa en la vida, hay que hacerla con personalidad y respeto para que tenga trascendencia. Eso, jamás lo dudes.