Tal como manda la tradición, el primer día de agosto se deben tomar tres sorbos de caña con ruda para estar sanos y fuertes durante todo el año. Ante la llegada de esta fecha en el calendario, el Museo del Hombre Chaqueño Ertivio Acosta, como todos los años, tiene a la venta el brebaje guaraní en sus instalaciones, que es preparado con meses de anticipación, para contribuir a mantener vivo el ritual, pero además ese mismo día ofrecerá convites para quienes se acerquen al lugar, como también estilan hacer diferentes instituciones y puntos gastronómicos de la ciudad.
En esta institución dependiente del Instituto de Cultura se puede adquirir un litro de la vacuna guaraní a $1.500, la petaca a $1.200 y el vial a $800, de 9 a 12 y de 16 a 19, en su sede de Juan B. Justo 280.
El Museo del Hombre Chaqueño hace más de diez años prepara para la fecha la bebida espirituosa, tanto para vender como para convidar, pero también la mítica esquina de La Vaca Atada conmemora esta tradición año a año, con su propia elaboración de caña con ruda, tanto para la venta como para ofrecerlas a sus clientes. Ambos lugares además suelen realizar una vigilia el 31 de agosto con números artísticos y peña folclórica en sus instalaciones. Algunos otros bares y cafés de la ciudad, dependencias públicas, como la Municipalidad, se suman a esta tradición que se logra sostener gracias a la gente.
manteniendo
viva la tradición
El Museo del Hombre Chaqueño adopta como tarea obligatoria la reproducción anual del ritual que entrama las costumbres guaraníes, criollas e inmigrantes sintetizadas en esta bebida. Con un mes de anticipación elabora artesanalmente la caña con ruda, desde recetas tradicionales en dos versiones: la tradicional y la dulce.
Esta producción se comparte con instituciones y amigos y amigas del museo, y además se pone a la venta para difundir las costumbres que forman parte de la provincia y región.
Este año, además, ofrecieron dentro del ciclo «Saberes y sanares», en conjunto con el Centro Cultural Leopoldo Marechal, un taller para su preparación casera y hogareña, durante la semana pasada, a cargo la maestra Norma López, quien explicó sobre los poderes de la ruda, las ritualidades guaraníes y las alternativas de preparación.
«El octavo mes del año siempre es especial, porque sus primeras horas son dueñas del ritual ancestral de la caña con ruda para honrar a la Pachamama y ahuyentar el mal, los tres traguitos de la mezcla de caña con hojas de ruda se toman en ayunas y su propósito es de protección. Esta costumbre nos permite, año tras año, honrar a la Madre Tierra por cuidarnos, nutrirnos y permitirnos compartir esta casa común», recordaron.
La tradición dice que el 1 de agosto deben tomarse tres sorbos (hay quienes dicen que son siete) de caña de ruda al comenzar el día, todavía en ayunas. Este ritual se practica como una prevención contra los males que la época del año acarrea.
Los guaraníes fueron quienes estudiaron las propiedades de la planta y la utilizaron con éxito para combatir parásitos, irritación y otros dolores físicos. Sus bondades medicinales la convirtieron luego en un remedio contra la envidia, la negatividad y la mala suerte.
Según la receta, se debe dejar macerar la ruda macho dentro de una botella de caña por un mes. Generalmente, se prepara el primero de julio para beberla el primero de agosto, aunque también se puede guardar hasta por un año.
La creencia es que el brebaje sirve para curar las enfermedades del invierno y para preparar el cuerpo «a los ardores del verano». Los pueblos originarios confirmaron que en agosto se producía el mayor número de muertes en la población y en el ganado por culpa del frío y las lluvias. De ahí que nace el refrán «julio los prepara y agosto se los lleva».
Para superar este problema crearon el remedio natural, una costumbre que se popularizó volviéndose en algunos lugares un rito inquebrantable.
La elección de la fecha tiene además un tinte especial: es el día en que se honra a la Pachamama, la Madre Tierra para los pueblos originarios, y marca el momento en que el invierno comienza a retroceder para darle paso a la primavera.
Con el fin de preservar las raíces ancestrales, la práctica latinoamericana fue extendiéndose a lo largo de todo el país, con mayor popularidad en el Nordeste Argentino.