Según un relevamiento de la consultora Trespuntozero, muy reconocida en el ambiente, la imagen positiva del Presidente está en el 54,4%, con números que crecen desde su asunción. Su gestión cosecha el 53,1% de aprobación. El jefe de Estado nacional ha logrado que la sociedad entienda por un lado la magnitud de la crisis heredada y por otro, no menos importante, que cargue sobre los que se oponen el costo de una demora que puede ser grave. Aún los sectores de menores ingresos, como los que sienten el impacto de las medidas, consideran que si dejan que se cumpla con lo que el pueblo voto se encontrara la luz al final del túnel. Una pulseada, con final abierto que tiene en vilo a los argentinos. En la mira desde Picheto, Carrió, Rodríguez Larreta y Lousteau hasta Daer y Moyano. Cavalieri, el titular del gremio más poderoso en cantidad de afiliados, se desmarco y Hugo, el patriarca del clan, podría dar una sorpresa.
Cuando Raúl Alfonsín asumió la Presidencia, el índice de optimismo en la población alcanzaba al 83%. La primera caída notable fue en 1986, que bajo a un 38%, en un contexto marcado por la alta inflación.
Con Carlos Menem, en 1989, las expectativas treparon al 63% y bajaron, en su segundo mandato, a menos del 40% luego de un rotundo triunfo electoral en 1995 que redujo a la UCR a su mínima expresión.
En 1999, la Alianza llego al 54%, pero en 2000 cayeron al mínimo histórico de 31%.
Con Néstor Kirhner subió al 66%, pero cayó con Cristina Fernández y en 2009 alcanzó un nuevo mínimo desde 1982 con el 23% luego de la crisis con el campo y lo impactado por la crisis internacional.
La expresidenta se repuso, empujada por el sentimiento colectivo de aquella viuda de negro parada frente al cajón y haciendo honor a aquello de que el voto es esencialmente emocional logro un impresionante 54% un año después, aunque no supo administrar la victoria sintentizada en aquella frase célebre del «vamos por todo» que quedo en el recuerdo, con todos los indicadores desde entonces negativos.
Con Mauricio Macri creció la esperanza y el índice alcanzó el 60%, pero luego disminuyó al 39% a fines de 2018. El arranque del gobierno de Alberto Fernández llevó las expectativas positivas al 48% con un pico en la pandemia del 72% que rápidamente fue cayendo en medio de una crisis política nunca resuelta y de los números pésimos de la economía
La medición que realiza la consultora Voices! indica que Javier Milei llegó a la Casa Rosada con un índice de optimismo del 42%.
Con el paso del tiempo daría la impresión de que la sociedad se vuelve más escéptica, modera sus esperanzas, confía menos. Las mentiras reiteradas y las promesas incumplidas a lo largo de los años dejaron un sedimento de desconfianza y resquemor.
A pesar de eso, la misma humana obstinación que hace que alguien vuelva a levantar su casa en el mismo lugar del que fue barrida por un terremoto, permite recrear al menos cierta expectativa cuando aparece alguien que se desmarca del clásico discurso y plantea un escenario de ajuste brutal en vez de bonanza y promete más sacrificios que recompensas, con la mira en el horizonte y no en la semana siguiente.
La luna de miel entre la sociedad y los políticos dura cada vez menos. La paciencia, sobre todo cuando sobrelleva años de castigo, es un bien escaso.
Mañana, se cumple el primer mes de la gestión Milei. Por la intensidad desplegada, ese mes se asemeja a un año, en el que vimos desfilar de todo: promesas de distinta índole efectivamente cumplidas, algunas desprolijidades como funcionarios removidos aun antes de asumir o marcha atrás en ciertos anuncios que lucían apresurados.
En este primer mes, el Presidente tuvo un baño de realidad: el Congreso y la Justicia le marcaron límites al trabar, de diferentes maneras, el mega DNU de 366 artículos y la «ley ómnibus». Cosas del juego de la política. Una política que, de paso, mostró una de sus peores caras la semana pasada cuando en medio de una tensa sesión en Diputados José Luis Espert, designado para presidir la Comisión de Presupuesto y Hacienda, recibió una andanada de insultos y epítetos irreproducibles. No es lo que la sociedad espera de sus representados, más allá de las razones que asistan a cada uno.
Esta semana arranca un debate parlamentario que será crucial para el futuro de los dos grandes envíos del Ejecutivo. «No negociamos nada, sólo aceptamos sugerencias para mejorar», dijo ayer el Presidente sobre lo que viene.
Según un relevamiento de la consultora Trespuntozero, la imagen positiva de Milei está en el 54,4%, con números que crecen desde su asunción. Su gestión cosecha el 53,1% de aprobación, pero menos de la mitad está de acuerdo con el mega decreto. En su cumbre de popularidad, el Presidente tiene en su poder la bala de plata o bala mágica para lograr lo que prometió.
Los sectores económicos, los gremios pero particularmente la política a la que Milei llama la casta quizás han subestimado el veredicto popular que avalo propuestas que fueron votadas por una mayoría importante del pueblo argentino. Vienen desconociendo una necesidad y urgencia que no requiere más explicación que la propia realidad económica y social, con números indicativos de la magnitud de la crisis heredada.
Detenerse en las formas ante el problema de fondo que se enfrenta es algo que el común de los argentinos no termina de entender. De ahí que el costo político no lo esté pagando el Presidente, que puede mostrar que los palos en la rueda vienen de los que el mismo denostó en la campaña y respecto a los cuales no baja el tenor de su discurso en lo que considera una batalla cultural que el tiempo dirá cómo termina.
Se abre sin duda un delicado juego de equilibrio entre las fuerzas del cielo y las más terrenales de la política.