Por Facundo Sagardoy
Concluyó la residencia artística del Ñande MAC en Uruguay, un cruce de caminos con la coordinación de Luis Niveiro donde artistas, arquitectos y fotógrafos dialogaron con el paisaje y la memoria. Mónica Frette y Anísima exploraron la relación entre arte y ecología, mientras José Risso y los arquitectos Tagliamonte y Bernal aportaron su visión desde la fotografía y la planificación patrimonial.
Desde la orilla del mar en la icónica costa de la franja oriental, el artista Luis Niveiro dió por culminada la experiencia de creación y preservación concebida por la Asociación de Amigos del Museo de Arte Contemporáneo de Corrientes, Ñande MAC. “Armamos un equipo de trabajo”, dijo con la certeza de quien entiende el arte como un hecho colectivo. Así nació la residencia artística organizada por el Museo de Arte Contemporáneo de Corrientes (Ñande MAC) en Playa Chihuahua, Maldonado, Uruguay.
No se trató solo de un encuentro de disciplinas, sino de un tejido de miradas que entrelazó artistas, arquitectos y fotógrafos en una obra viva, donde el arte no solo se produce, sino que se arraiga en la memoria del paisaje.
Durante la residencia, las manos moldearon el barro, la luz fue atrapada en la lente, y las formas surgieron como un eco de la historia que el territorio susurra.
EL PULSO ECOLÓGICO DE LA CREACIÓN


Entre los nombres que dieron cuerpo a esta experiencia, Mónica Frette y Anísima asumieron el desafío de hablar con las formas de la escultura. Frette trabajó en su serie Reservorios de Agua, donde la cerámica se convirtió en testigo de la fragilidad y la resistencia de los recursos naturales. Cada pieza fue un cántaro de memoria, un diálogo entre el fuego y la arcilla que evocaba la urgencia de preservar el agua como herencia común.
Por su parte, Anísima recogió la materia dispersa en la playa y la transformó en una Taraguí. De los residuos nació la forma, y de la forma, el relato de la mujer monumental. Su obra, hecha de fragmentos de un mundo descartado, recuperó el sentido de lo ancestral y lo proyectó en un horizonte donde la identidad y la naturaleza laten al unísono.
Ambas artistas trabajaron con el pulso del paisaje, dejando que el viento, la luz y la memoria del suelo se infiltraran en sus procesos. Para ambas, la residencia no fue solo un espacio de producción, sino un laboratorio donde la historia y la ecología tejieron un nuevo lenguaje artístico.
El OJO QUE DOCUMENTA



José Risso, fotógrafo y donante, fue el guardián de la imagen. Su cámara no solo capturó instantes, sino que convirtió la experiencia en un testimonio visual que trasciende el tiempo de la residencia. En ese marco, su obra se constituyó como la memoria impresa de un proceso que, aunque efímero en su ejecución, permanecerá como un hito en el imaginario colectivo que estimula la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Corrientes.
Desde otra franja, los arquitectos Guillermina Tagliamonte y Oscar Bernal, jurado del certámen que trasladó a Mónica Frette y a Anísima aportaron su saber para pensar la relación entre el arte y el patrimonio construido. La planificación, lejos de ser un esquema rígido, se convirtió en una forma de imaginar la convivencia entre la creación y la conservación, apostando por un equilibrio donde la sostenibilidad no sea un concepto, sino una práctica cotidiana.
En el corazón de este entramado estuvo Luis Niveiro, fundador de Ñande Mac y facilitador de encuentros y voluntades. Desde Maldonado, articuló los hilos invisibles que hicieron posible esta residencia, reafirmando el rol del arte como un puente entre el presente y la memoria.
PROYECCIÓN Y LEGADO DE UNA EXPERIECIA VIVA
La Asociación de Amigos del Ñande MAC, en su vocación por expandir fronteras, junto a la Facultad de Artes, Diseño y Ciencias de la Cultura (FADyCC – UNNE) hicieron posible que esta experiencia trascendiera lo local. Gracias a su apoyo, las artistas cruzaron caminos y sus obras encontrarán nuevos territorios donde seguir dialogando. “Muchas gracias por difundirlo”, expresó Niveiro, consciente de que la comunicación es el eco necesario para que las iniciativas culturales se multipliquen.
Más allá de la producción artística, la residencia fue un espacio de encuentro. Charlas, intercambios con la comunidad y momentos de reflexión colectiva enriquecieron el proceso. No se trató solo de crear, sino de compartir, de construir una narrativa donde el arte es memoria, identidad y resistencia.
El cierre de la experiencia marcó el inicio de un nuevo ciclo. Las obras resultantes serán exhibidas en la muestra oficial de ArteCo 2025, llevando consigo la impronta del territorio, la huella del proceso y la certeza de que el arte, cuando dialoga con la naturaleza y la historia, se convierte en un legado vivo.